En la parte posterior de nuestra casa había, hasta hace pocos años, una huerta oxigenante, encajonada entre los edificios que la rodeaban. Una de las muchas que hay en Ferrol entre la calle del Sol, la última de las paralelas al mar, y el barrio de Canido. Pertenecía a una casa deshabitada y estaba descuidada, pero con dos o tres limpiezas al año, la huerta nos regalaba a los vecinos la sensación diaria de estar en plena naturaleza. Una palmera real presidía con su serenidad un terreno frondoso en el que crecían flores asilvestradas, árboles frutales, un limonero generoso, y una araucaria que …

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