Durante los primeros días desde su llegada a Ferrol, en diciembre de 1906, Wenceslao Fernández Flórez se dedicó a pasear por la ciudad para conocerla. Una tarde llegó hasta un «cinturón de murallas parduzcas, remendadas con vallas, agujereadas por brechas… Cerca divisé desde un recodo unos pequeños muros blanqueados, una verja, algunas cruces negras coronadas de plantas trepadoras. Más allá, sobre la puerta grande, como un simbolismo de la que todos hemos de franquear, leí una leyenda sentida: Venid a meditar. Venid a aprender la ciencia de morir».

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